Este es un ejemplo de esos artículos que uno siempre soñó con escribir, pero nunca quiso que ese momento llegara.
El día 25 de mayo de 2019, Juan Antonio García Lorenzana jugó su último partido, su último partido en su casa, con su equipo, rodeado de su gente. Esa gente que aún a los 41 años sigue llamándole Juanín, como aquella vez hace casi 23 primaveras cuando un chavalín con el pelo negro y una camiseta que le quedaba grande, con el número seis a la espalda, salía por primera vez a la cancha para hacer magia. Esa magia que solo los Artistas saben hacer.
Podría escribir sobre todos los títulos que Juanín ha ganado, nacionales, internacionales, individuales, con el Ademar, con el Barça, con la selección... Sobre sus récords, que posiblemente nadie superará. Pero para alguien de León como yo, esos títulos en días como hoy no importan, no importa el resultado del partido ante Guadalajara, cuando cuatro mil gargantas corean tu nombre y lloran por tu adiós. Importa el cariño, el respeto y la admiración que toda la hinchada ademarista tiene hacia él, que digo ademarista, toda la afición española tiene ese aprecio a Juanín, solo hace falta ver cada vez que salta a un pabellón, cada vez que se detiene para una foto o una firma. Porque Juanín, es Patrimonio Nacional.
Permítanme que les cuente una pequeña historia, la historia de un niño de León, que siempre quiso jugar a balonmano, que soñaba con vestir la camiseta blanca de las tres violetas. Le dijeron una y mil veces que no valía, que para jugar a ésto hacía falta ser alto y corpulento, que se buscara otro deporte. Pero no hizo caso, siguió jugando en las pistas de cien pabellones, por León y por España, demostrando que sí valía para jugar a balonmano. Según pasaban los años y las categorías, seguían diciendo que no llegaría a nada «Cuando juegue contra gente más grande, no podrá ganar, no jugará en ASOBAL«, pero ese niño de pelo rizado seguía venciendo, seguía marcando goles desde la primera línea, seguía sentando defensas, seguía derribando puertas. Finalmente, gracias a su talento y a su trabajo, debutó con el primer equipo del Ademar León, de su Ademar, lo hizo desde el extremo izquierdo. Era un 13 de septiembre de 1996 en Pamplona, en el mítico Pabellón de Arrosadia, ante la Sociedad Deportiva y Cultural San Antonio, vestido con casaca roja marcaba una vaselina espectacular, de esas que solo están al alcance de los llamados a hacer historia. Tras ese partido llegaron muchos más y muchísimos más goles y trofeos y medallas y reconocimientos.
La carrera de Juanín no ha sido fácil, la de ninguna leyenda lo es. En el año 2005, cuando ya era el estandarte del balonmano leonés, hizo las maletas, para irse a Cataluña para defender la camiseta del mejor equipo de la historia, la del Fútbol Club Barcelona. No fue nada sencillo, éste que escribe aun recuerda aquellos periódicos que anunciaban su marcha, aquellos reproches de parte de la grada que no entendía esa decisión, aquellas lágrimas en su último partido en el Palacio de los Deportes. Con los azulgranas siguió haciendo historia, conquistó la Champions, el mayor objetivo de un jugador, entre otras muchísimas copas. Tras nueve años en la Ciudad Condal, decidió hacer un «Erasmus» en Logroño, pero Ademar es Juanín y Juanín es Ademar y no hay mejor lugar para retirarse que tu propia casa. Por eso en el 2015, el hijo pródigo volvía a León, si es que en alguna vez se fue, volvía a enfundarse esa camiseta blanca de las tres violetas, con ese seis a la espalda. La misma que ahora cuelga para siempre del techo del Palacio, para recordar a la leyenda, al mito, al genio, al artista.
No quiero alargarme más, porque nunca es agradable despedir a un ídolo de este deporte, y menos para alguien como yo que de pequeño hacía cola para tener una firma de Juanín, firma que aún conservo.
Juanín cuelga las zapatillas, pero no se va, porque en balonmano hay dos cosas seguras: Nunca tenemos suficiente pega y Juanín algún día dirigirá desde el banquillo al Ademar.
Siempre nos quedará León. Siempre nos quedará Juanín.
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